"Mediator                            Dei"
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
Sobre la Sagrada Liturgia
20 de noviembre de 1947
c)            Aplicación de la virtud salvadora de la Cruz.
1)            Afirmación de Trento.
94.  Por tanto, se comprende fácilmente la razón por qué            el  Sacrosanto Concilio de Trento afirma que con el Sacrificio  Eucarístico             nos es aplicada la virtud salvadora de la Cruz, para la   remisión            de nuestros pecados cotidianos.
2)            Única oblación: La Cruz.
95.  El Apóstol de los Gentiles, proclamando la superabundante             plenitud y perfección del Sacrificio de la Cruz, ha declarado             que Cristo, con una sola oblación, perfeccionó perpetuamente             a los santificados. En efecto, los méritos de este Sacrificio,              infinitos e inmensos, no tienen límites, y se extiendan a la             universalidad de los hombres en todo lugar y tiempo porque en  El el             Sacerdote y la Víctima es el Dios Hombre; porque su   inmolación,            lo mismo que su obediencia a la voluntad del  Padre eterno, fue  perfectísima            y porque quiso morir como  Cabeza del género humano: «Mira            cómo ha sido tratado Nuestro  Salvador: Cristo pende de la  Cruz;            mira a qué precio  compró..., vertió su Sangre.            Compró con su Sangre, con la  Sangre del Cordero Inmaculado,  con            la Sangre del único Hijo  de Dios... Quien compra es Cristo; el             precio es la Sangre;  la posesión todo el mundo» (12).
3)            La aplicación.
96.  Este rescate, sin embargo, no tuvo inmediatamente su pleno  efecto;             es necesario que Cristo, después de haber rescatado al mundo             con el preciosísimo precio de Sí mismo, entre en la posesión             real y efectiva de las almas. De aquí que para que con el   agrado            de Dios se lleve a cabo la redención y salvación de  todos            los individuos y las generaciones venideras hasta el  fin de  los siglos,            es absolutamente necesario que todos  establezcan contacto  vital con            el Sacrificio de la Cruz, y  de esta forma, los méritos que de            él se derivan les serán  transmitidos y aplicados. Se puede            decir que Cristo ha  construido en el Calvario un estanque de  purificación            y  salvación que llenó con la Sangre vertida por El; pero            si los  hombres no se bañan en sus aguas y no lavan en ellas  las             manchas de su iniquidad, no pueden ciertamente ser purificados  y  salvados.
97.  Por lo tanto, para que cada uno de los pecadores se lave  con la             Sangre del Cordero, es necesaria la colaboración de los  fieles.             Aunque Cristo, hablando en términos generales, haya   reconciliado            con el Padre, por medio de su Muerte cruenta, a  todo el género             humano, quiso, sin embargo, que todos se  acercasen y fuesen  conducidos            a la Cruz por medio de los  Sacramentos y por medio del  Sacrificio de            la Eucaristía,  para poder conseguir los frutos de salvación,            ganados por El  en la Cruz. Con esta participación actual y  personal,            de la  misma manera que los miembros se configuran cada día más             a  la Cabeza divina, así afluye a los miembros, de forma que  cada             uno de nosotros puede repetir las palabras de San Pablo:  «Estoy             crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive  en  mí»            (Gal 2, 19-20). Como en otras ocasiones hemos dicho de   propósito            y concisamente, Jesucristo «al morir en la Cruz,  dio a su  Iglesia,            sin ninguna cooperación por parte de Ella,  el inmenso tesoro            de la Redención; pero, en cambio, cuando  se trata de  distribuir            este tesoro, no sólo participa con su  Inmaculada Esposa de  esta            obra de santificación, sino que  quiere que esta actividad  proceda            también, de cualquier  forma, de las acciones de Ella» (13).
98.  El augusto Sacramento del Altar es un insigne instrumento  para la             distribución a los creyentes de los méritos derivados             de la Cruz del Divino Redentor: «Cada vez que se ofrece este   Sacrificio,            se renueva la obra de nuestra Redención» (14). Y  esto,            antes que disminuir la dignidad del Sacrificio cruento,  hace  resaltar,            como afirma el Concilio de Trento, su  grandeza y proclama su  necesidad.            Renovado cada día, nos  advierte que no hay salvación fuera            de la Cruz de Nuestro  Señor Jesucristo, que Dios quiere la  continuación            de este  Sacrificio «desde la salida del sol hasta el ocaso»            (Malaq.  1, 11), para que no cese jamás el himno de  glorificación            y  de acción de gracias que los hombres deben al Creador desde             el momento que tienen necesidad de su continua ayuda y de la  Sangre             del Redentor para compensar los pecados que ofenden a su   Justicia.
 
 
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